En esas historias veía árboles con todos los verdes existentes, un perro corriendo en la playa, ríos silenciosos que gastan montañas, mares con pescados frescos listos para cocinar en una parrilla y vecinos agradables que en las noches contaban historias que le habían pasado durante la semana.
Pero apareció Chica. Apareció porque sí. Apareció porque tenía que aparecer. Porque el viento la empujó (in)correctamente al momento correcto. Y Chica le habló en la micro mientras soñaba despierto. Chica le habló sin mover los labios: sus ojos fueron palabras amor.
Quedó anonadado con la electricidad de su hermosura. Hubo interacciones moleculares en el cerebro y se enamoraron inmediatamente. Como pocos, él era una alma gitana. Tendía a viajar a lo completamente no obvio, tendía a querer lo nuevo. Chica era todo eso e incluso más de lo que esperaba.
Chica era una revuelta contra el mundo moderno, esa colina misteriosa, el cometa en el cielo, era una casa que proponía brindis por todos y todas.
Entonces él abandonó todo lo que tenía. Y junto a Chica hicieron una casa para aves y un nido para ese amor tan repentino.
Fue una apuesta más en su vida.
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