El número 44 era uno más en Santiago. De música de fondo improvisaba Buena Vista Social Club, mientras Ray Charles junto a Beethoven acompañaban en el piano. Una mezcla rara pero con un sonido alucinante. Tremendo bullicio en el lugar. Todos estaban en la suya. Allá, en el fondo de la sala, estaban sentados en una mesa el Nazareno, Gandhi y Luther King, quienes cagados de la risa contaban detalles de sus luchas. Un poco más a la derecha fumaban puros Barry White y James Brown. Por lo que se escuchaba hablaban de piernas, caderas y pechos.

El número 44 estaba ido. Sólo miraba. No atinaba a hablar con ninguno. Algo le pasaba. Parece que extrañaba ciertos meses atrás. Veía como Lennon y Harrison le hacían zancadillas cerca de la piscina a Morrison y compañía, que para variar estaban dejando la cagada. Contemplaba a Neruda, Rimbaud y Benedetti, que jugaban a las metáforas. Cobain lloraba en la barra, mientras Presley y la bella Marilyn lo consolaban. La verdad es que Monroe no le interesaba mucho el suicida, sólo quería que Presley le pusiera más atención a ella. O por lo menos eso creía el 44.

En los sillones estaba Guevara solo. No le interesaba esa fiesta chic. Según él, mucha gente mentirosa, careta, doble estándar. Después de media hora, el 44 se fue a la cama que estaba en la esquina. No había nadie. Se sentó a pensar sobre estos personajes cuando de la nada llegó Mistral por un lado y Piaf por el otro. Una lo seducía con sus palabras y otra con su voz. Pensó que lo mejor en ese momento era ir a bailar para pasar las penas. Entonces el 44 pegó un chiflido y le gritó a Compay Segundo que tocara con mucha candela Pueblo Nuevo hasta que se acabara la noche.