
No te veía desde los seis años y te estaría mintiendo si te digo la típica frase cursi de que estás idénticamente igual. Tienes varias pecas, unos veinte años más y esas piernas tan largas, igual que tu madre y tu abuela. En lo que sí sigues igual son tus ojos verdes y tus pechos chicos que a veces espiaba cuando jugábamos a esos juegos de pequeños.
Siempre le tuve miedo a la muerte y ahora que estoy en este estado, creo que no todo ha sido malo. De verdad que te extrañaba y aunque no lo creas había estado esperando esto, aunque en varios años más. En estos momentos que estoy contigo, me gustaría decirte todo lo que me guardé en toda mi juventud sin ti: Estoy loco por vos, me encanta tu sonrisa, tu forma de hablar, tu miedo a las abejas, tus caminatas a pie descalzo por el campo del abuelo. Y obvio que te perdono por la mordida en la mano que me hiciste, no sabes cuánto me molestó no habertelo dicho esto antes de que te murieras.
Y qué bueno que tengamos toda nuestra eternidad para conversar de lo que nos hemos perdido estos veinte años. Podríamos ir a la carretera austral, me vas a creer que todavía no la conozco. O podríamos, sólo si quieres, quedarnos aquí tomándonos un café y bajar a la plaza a ver jugar a los niños. Dime tú lo qué quieres hacer, yo simplemente te sigo.
0 Comentarios:
Publicar un comentario