Fernanda era única. Ella fue mi primera hija de las tres que tuve y era por lejos con la que mejor me llevaba. Desde chica destacó por cosas distintas a las demás de su edad, no era más inteligente ni más tonta, solamente tenía una actitud distinta. Siempre estaba con esa sonrisa pura, abierta al mundo y queriendo hacer distintas cosas todos los días. Cuando chica nos íbamos los dos a los cerros en bicicleta, me acompañaba a pescar y junto a su madre preparaban los postres en casa. Me acuerdo que siempre le ponía leche condensada. Será quizás porque siempre endulzaba lo que tenía a su paso.

Creció, pero siguió siendo igual. De vez en cuando me traía flores a mí, sólo para arreglarme el día y no ser un tipo amargado con su trabajo. Siempre sospeché que las flores que me traía eran regaladas por sus pretendientes, que nunca le faltaron. Cada dos meses traía un pololo nuevo a la casa y mis otras dos hijas se morían de celos por la facilidad de conquistar a los hombres. "Donde pongo el ojo me lo quedo", decía con su ego por las nubes. También con esa misma seguridad cantaba canciones de Charly Garcia, asegurando que lo que importa son las letras. A veces me retaba porque iba muy rápido en el auto y otras porque no le ponía mucha atención a la mamá (no concebía que no le tomara la mano cuando caminábamos).

La extraño tanto. Fueron tantas las veces que le dije que la quería mucho, quizás demasiado, pero sigo sintiendo que fue poco. Hace tres semanas la Feña murió de sobredosis de cocaína. Todavía no puedo creer que no la pueda tocar más, que no me cuente sus chistes ni que pelee con el jardinero por no cuidar bien las camelias. Si por casualidad eschuchas esto, ten por claro mi niña linda que voy a cuidar a tu madre y que dejaré a tus hermanas hacer fiestas de disfraces en la casa, tal como tú me pedías y yo no te dejaba.