En la mesa existe lo que se te venga a la mente: hay lentejas, tallarines, costillar, caracoles, jaibas, salmón ahumado, sushi y muchas otras comidas. Pero de verdad que no me apetece ninguna. No es que sea alguien regodeón o algo por el estilo, sólo que no tengo ganas de eso. Me apetece otra cosa, otra cosa que probar. O mejor dicho, otra cosa que probar de nuevo. Quizás está en un restaurant más exclusivo, que sólo algunos pueden llegar a estar ahí y aunque yo no sea un hombre malo, simplemente no puedo llegar a ese lugar.

Tendré que ahorrar hasta el fin de la vida para comprarme un auto y raptarte. Entonces iremos, como siempre he querido, hasta mi lugar preferido. Ahí hay caminos de tierra, árboles viejos y grandes, una arena para quedarse durmiendo una larga siesta, un mar frío y unas rocas para que veamos la puesta de sol. Te obligaré a caminar hasta el final de la playa y me contarás tus cosas, haremos fogatas en la casa de un amigo, comerás un pescado que cazó el hermano de otro amigo y bailaremos Led Zeppelin.

Si no te gusta, renuncio. Por mientras, seguiré en la rutina de casa-micro-metro-universidad-metro-micro-casa-dormir. Los fin de semanas me olvidaré de todo (de ti), para volver de nuevo el lunes a la rutina. Pero tienes que estar atenta, por que cuando tenga un auto te voy a raptar. Tenlo por hecho.