Simplemente nos mirábamos. Yo le decía que los enamorados se comprenden mejor cuando callan y ella me respondía en silencio con sus ojos, con su boca, con su sonrisa, con su intelecto. Pero las palabras se vengaron de mí. Leí sus labios y escribí su mirada, y supe que ella era nada más que una ilusión. Era una más de las tantas. No era mi trébol de cuatro hojas sino que el licor más amargo.
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